jueves, 10 de diciembre de 2015

No hace falta ver para hacer

Sentado en la Terminal Nueva como uno más esperando el colectivo. Pero no, realmente estaba esperando alguien quien debiera descender de la línea 110. Ya habían pasado exactamente 15 minutos y suena mi teléfono.

 -Disculpa voy atrasado, báncame que llego tarde.

Se escuchaba una voz agitada y con tono de enojado. No pasó ni 20 minutos y el tan ansiado coche llegó a una de las últimas plataformas. De repente escucho mi nombre.

-Maxi, ¿estás? Ven ayúdame, ¿no ves que no veo?

Como siempre Abel Amaya, de 24 años, con sus bromas que lo caracteriza como un joven feliz. Así emprendimos una larga caminata, él tomado de mi hombro derecho, mientras cruzábamos toda la estación me preguntaba que íbamos hacer, porque ganas de ir a la facultad ya no tenía, era más para ir a un negocio a comprar algo para tomar, que aprender un poco más. 



-Si dale vamos en busca de algo fresco, le dije.

14:34, pasamos el parque 9 de Julio por unas inmensas sombras, donde daban ganas de quedarse. Él con su sonrisa, que al conocerlo te das cuenta que quiere decir algo, me da unas palmas en el hombro y me confiesa:

-Está para comprar unos birras en la Cuba (esquina donde hay un quiosco y es donde se junta con sus amigos) y venir a sentarse en la sombra. Hace mucho calor, sonríe. Finalmente compramos una gaseosa y decidimos regresar al parque.

En el camino, la voz que le avisa cuando llega un mensaje a su celular, comienza a hacer ruido, se detiene, coloca sus auriculares y escucha atentamente  lo que decía. Carlos,  un compañero de toda la vida le pregunta si va a la facultad, le contesta no, porque se está por hacer famoso.

-Vacía que tengo sed.

Su risa me contagió y ya en tono de confianza, me hace una pregunta "¿cuándo vamos a comenzar la nota?" él sin saberlo, la nota  comencé a hacerla desde que me hizo el llamado que llegaba unos minutos tarde a destino. Le conteste ¡ahora!, y me retruca con una frase que me lleva a ser intruso en varias de las charlas que 
tuvimos.

-Si apúrate, porque capaz que me olvide de todo lo que he vivido, sonríe.

 Agacha la mirada recordando algo y jugando un poco con su bastón quiere decirme algo, pero no se anima al principio, se acerca diez centímetro y confiesa.  

-Muchos se preguntaran cómo será mi vida. Y yo les digo que es normal. Soy muy feliz, tuve una infancia amorosa. Mi madre siempre me recuerda que desde niño ya tenía ese don de burlista, muy alegre. 

Abel vivió como él cuenta, una infancia que fue de lo mejor en su vida. Pero todo cambiaría a partir de sus 11 años.


-Un día estaba en casa y de repente sentí un fuerte dolor de cabeza. Pasaron dos días y mi madre me lleva al médico, me diagnosticaron meningitis de segundo grado. Como raíz de eso perdí la vista por completo, recuerda.



Pero sabe que desde arriba le mandaron un mensaje, donde él no entendía nada a principio. 

 -Imagínate de la noche a la mañana de ser tan feliz a no ver nada. Dios por algo me quito la vista.  

Eso no fue todo, ya que al empezar de cero en su vida, Abel tuvo que adaptarse a todas sus dificultades. Sabe que en el  secundario fue la etapa más dura, donde peleaba por seguir y por las discriminaciones que constantemente recibía hasta desde sus profesores.

 -Mi adolescencia fue complicada. Esa sí que la luche en grande. Siempre iba al frente, no me achicaba para nada. Quizás eso fue que me llevó a que no bajara los brazos y seguir adelante.

Ya pasada de las 15:30, se paró y,  recordó que en la materia de Publicidad ya tenía varias faltas y que no quería sumar inasistencia para poder rendir.  Tomamos un taxi y nos llegamos hasta la Facultad de Filosofía y Letras, donde hace cinco años estudia Ciencias de la Comunicación y además es militantes de la Agrupación Reforma Estudiantil.

Entramos al aula, pidió la hoja de asistencia y volvimos a salir como si nada hubiera pasado.

-¿No te reclama nada el profesor?

-No, acá nadie te dice nada, eres libre, por algo estás acá. Somos grandes y sabemos lo que hacemos. Demasiado nos controlaban en la secundaria ¿no te parece?.   

Ya sin sorprenderme nada, comenzó  a decirme de sus actividades que realiza hasta hoy en día.

-¿Sabes algo? Siempre hice lo que me gusta. Nunca nadie me puso trabas y si las ponía yo trataba de romper todo eso. Desde que decidí hacer algo por mi vida empecé a manejarme solo, no hace falta ver para hacer. Yo sé que siempre puedo dar lo mejor de mí. No me gusta que me vean diferente.

Por su gran capacidad, coraje y el deseo de hacerse escuchar como una persona común, defender sus derechos y obligaciones,  este joven comenzó a cursar y al mismo tiempo militar a los 19 años. Sabiendo que nada iba a ser fácil, ya que es otro mundo, otros tratos y otros intereses que se viven dentro de la política estudiantil.

Perteneció a la nombrada Franja Morada, luchó varios años para que en su partido político tuvieran los bienes necesarios que puedan satisfacer la necesidades de los estudiantes de las distintas carreras que se encuentran en el establecimiento de  Avenida Benjamín Aráoz 782. Un día, él junto a varios integrantes en los cuales mantienen una amistad de años, luego de ser traicionados por gente del mismo grupo, decidieron abrirse y ver qué soluciones había para que siguieran trabajando los que tenían la pasión de militar.

Ya a mediados de 2012, los seis o siete integrantes que dijeron “basta”, se organizaron y tuvieron su nuevo partido en lo cual hoy siguen trabajando y lo hacen a pulmón, Reforma Estudiantil, con Abel uno de los propulsores y cabecilla de que  siguen trabajando a las orden de los cursantes.

En estos momentos, “Frijolito” como lo apodan sus más allegados, es representante legal de la Reforma y además fue candidato a Delegado en la institución. Ahí lo respetan, no como antes que luchaba contra las discriminaciones, hasta llegó a demandar varias personas por humillarlo de tal manera.

El pasillo 200 del establecimiento, es uno de lo más recurrido por  alumnos, docentes, no docentes entre otros, se encuentra una mini sede de la agrupación, donde Abel se sienta a escuchar algunos  problemas o consultas que la necesidad lo demanda. Allí, siempre se lo ve sonriente y escuchando todo lo que pasa a su alrededor. A veces lleva sus auriculares y escucha su música de  rock favorita.



Siempre lleva consigo la remera de la Reforma, su dedicación es inigualable y admirable por donde se lo mire.

Observé durante varias horas un día de él dentro la UNT. Inquieto, capaz, solo necesita de alguien, algún compinche como lo es Daniel el “santiagueño”, que lo lleva donde le pide que lo lleve. Amigos inseparables, donde la amistad no comienza el lunes y termina el viernes. Cuando hay pocas cosas para hacer, deciden pasear, visitar las instalaciones donde suelen frecuentarse cuando no tienen clases. Conversa, ya es conocido por la mayoría de las personas que trabajan o aprenden día a día. Y ellas mismas no lo tratan como alguien especial, si no que ya es uno más del montón. Como tiene que ser.

Algo positivo de las vivencia diarias de Abel es que el grupo al cual pertenece, donde también existen pares con capacidades diferentes, es que cada uno mira al otro reconociendo su inteligencia y valorando cada fortaleza.

Tarde de un jueves nublado, tiempo en lo cual acá se lo disfruta al máximo. Puse en marcha, tomé el atrevimiento de visitarlo en su casa, él ya sabía, hasta me lo hizo recordar porque me estaba operando con una coca

Baje en la esquina de su casa, que está en la calle Baltazar de Aguirre. Toqué el timbre, desde afuera se escuchaba que adentro gruñía un feroz perro que parecía con rabia para salir a cazar su presa, pero con la tranquilidad de Sandra, su mamá de 52 años,  quien llamó a “Cabudo”, un ovejero alemán para que vaya al fondo, pase y solo supe que volví a respirar.

En cocina  estaba Abel, junto a su hermano Enrique, de 28 años, viendo un programa de espectáculo. Se reía de lo que escuchaba y porque su ovejero me hizo dar un susto.

-Siempre vienen personas y el que primero sale hacia la puerta es “Segundo”, cuenta la madre.

En la familia son cuatro integrantes, quién no se encontraba era su papá Ramón, de 50 años, que estaba trabajando. Pero justo llegaría horas después.

Quizás en esa charla no se habló de lo que vivieron cuando él perdió la visión de sus ojos, fue más el saber cómo es su nueva vida, sus aprendizajes luego de transcurso de los años. Que por cierto no fue nada alentador, pero que supieron llevarlo de a poco.  

La mamá que no le  sacaba la mirada de encima, y con lágrimas en los ojos recuerda.

-Yo nunca lo esperé, pero gracias al Señor hoy es lo que es. Orgullosa de su presente y lo apoyo con todas las fuerzas.

Su hermano, quién decidió levantarse e irse a su habitación, prefirió no estar. 

Otras de las facetas que tiene es el deporte más apasionado del mundo, el fútbol. Hace más de dos años que juega y también compartió plantel en  la selección tucumana de fútbol para ciego. Ama al pelota, cuando más felicidad pasa es cuando escucha el balón que posee cápsulas sonoras, pero sabe que su gran sueño es llegar al Seleccionado Nacional, algo que no es imposible para él.

Historia que no deja de sorprender, historia que merecen ser publicadas. En este mundo tan chico deben haber mochos Abel, que son capaces de todo y contra todos. 





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